Leyendo una tragicomedia en el metro, me encantaron estos 3 erroes que casi todos comentemos al abordar el STC Metro que esta en la ciudad de México, mismos que cito de la fuente original… disfrutenlos (y tomenlos en cuenta para preferir usar la ecobici antes de abordarlo jaja):
El primer error fue olvidar que estaba en el centro, y que tanto de ida como de venida iba a tener que socializar con los buhoneros, pisar las inmundicias, contar la cantidad de Tupperware llenos de lechuga con caracoles dentro (este es el ingenioso display de los vendedores de baba de caracol, asco), y arriesgar mi vida al cruzar la calle. Genial.
El segundo error fue olvidar la hora: al medidodía o cerca de esa franja horaria, ningún medio de transporte público es decente, y menos, muchísimo menos, el Metro. Tuve que dejar pasar dos vagones repletos de personas antes de juntar el valor para embutirme entre esa gente que recién había comido empanada, fritangas, jojoto remojado y otras menundencias cuyo aroma había quedado impregnado con saña en su ropa, mezclándose con sus olores naturales (traducción: todo el mundo olía a mono).
Y allí fue cuando apareció el tercer error: escoger la puerta de los flojos. Uno sabe que la puerta del vagón más cercana a la escalera es de esa muchachita medio zafia que no quiso caminar mucho porque traía unos tacones de 30 cms, de ese zagaletón que anda pendiente de robarte algo, del tipo que llegó a última hora, o del venezolano promedio que le da flojera caminar unos metros y no le importa ir apretado con tal de no caminar. Y por este craso error, tuve que vivir una experiencia horrenda: la chica que quedó delante de mí era una de estas niñas que, en su autóctono, marginal y muy particular sentido del estilo, cree que está a la moda. Llevaba unos pantalones de remaches que, por esos horrores del destino, se engancharon a mis pantalones, haciendo de esta una situación penosa donde, si ella movía su remachado cuerpo, yo sentía el asco de su humanidad rozándome con descaro. Y no lo hacía a propósito, pero la niña se movía y yo sentía náuseas.
Y no, no acaba allí: la chica era de esas que no se saca bien el acondicionador para usarlo como crema de peinar, y dada la cercanía de nuestros cuerpos, cada vez que movía la cabeza (que era justo después de mover el pantalón) me estampaba la cabellera llena de grasa en el brazo. El olor a cosmético barato me abrumaba, sobre todo porque tenía el pelo tan sucio que dudo que se haya bañado antes de echarse ese patuque.Me bajé en mi estación jurando no volver a caer en la trampa de la memoria. Fue un muy mal viaje en Metro y creo que todo lo que me pasó fue para que no lo olvidara. Para que siempre recordara que el Metro no es el mismo que conocí recién inaugurado, y que si voy a usarlo debo estar preparada para todo. Veremos cuánto dura esta certeza antes de convertirse nuevamente en bello recuerdo de muchacha bolsa…